Por: Johana López*

La actuación es un arte complejo y hermoso, nace de un proceso creativamente arriesgado que va de la mano de un método disciplinado. Es un oficio que requiere de experimentación, investigación, meditación, intuición y dedicación, y que se enriquece de la vida misma. El ser humano es el objeto a analizar y al mismo tiempo, la herramienta para llevar a cabo esta práctica, cuyos ejecutores (juiciosos) están en constante formación.

Sin embargo, el actor profesional que aspira a desarrollarse en el medio audiovisual en Medellín enfrenta múltiples retos, más allá de los artísticos. Por un lado, la creación audiovisual de la región sigue partiendo en gran medida del trabajo con actores no formados, ya sea por una decisión creativa y estética del director desde su posición de autor, o por una factor presupuestal ya que, evidentemente (o es lo que uno espera), un actor profesional exige una remuneración acorde a su conocimiento y al tiempo dedicado a su preparación, de la misma manera que lo hace un trabajador de cualquier otra área.

Frente al cine hecho con actores naturales como decisión artística no hay nada por hacer, ni hay por qué pretender forzar a los realizadores a tomar decisiones que los alejan de su derecho a contar sus películas como mejor les parezca. Y en cuanto a la falta de dinero para pagar a profesionales, ese es un tema que castiga a actores, luminotécnicos, camarógrafos, sonidistas, y a todos los integrantes del equipo por igual. Es la realidad creada por la falta de una industria consolidada, pero eso ya es harina de otro costal.

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The Bridge, dirigido por Kate Roxburgh and Shay Kuehlmann.

Las circunstancias son las que son, y no hay por qué llorar frente a la injusticia de la falta de oportunidades. Ese es un tema que afecta a tantos sectores, que centrarnos en ello solo nos haría parecer un gremio arrogante; pero hay una queja que sí quiero compartir hoy:

A la actuación audiovisual en Medellín le falta dignidad.

Me centro en los formatos para pantalla porque en el teatro es tan evidente el papel esencial del actor que, difícilmente, es visto como un elemento secundario en el ensamblaje de la obra, mientras que en algunas producciones audiovisuales locales se peca al subestimar la importancia del trabajo actoral, que termina convirtiéndose en un elemento más de la utilería.

Darle el lugar debido al actor no se trata de adoptar ningún tipo de reverencia ni de pretender inventar un star system criollo, sino de comprender que su buen desempeño es indispensable para el éxito de la producción y que el mejor de los guiones se desaparece en boca de un mal intérprete.


El problema no está solo en el cine, la televisión y los medios digitales; la cuestión de la mala fama de la actuación también está en las calles. No, doña señora, ser actor no es ser un vago desocupado con pereza de estudiar. No, mi buen amigo, ser actriz no es estar buena y hablar despacito. ¿Que mi hija quiere estudiar actuación? ¡Dios me guarde! Y es que en tantos estereotipos de banalidad de los que se acusa a Medellín, algo de verdad hay.

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Lo que le falta a este arte en la ciudad es que se lo tomen en serio, tanto los creadores como el público. Nunca vamos a avanzar si seguimos creyendo que actuar es aprenderse unas líneas de diálogo y recitarlas luego de escuchar a alguien gritar “acción”, porque eso es lo de menos. Una buena actuación es un trabajo conjunto entre el director y el intérprete, al que se puede llegar a partir de diversos métodos según la naturaleza de la obra, pero todos coinciden en la necesidad de una preparación previa que dote al artista de las herramientas necesarias para permitirse ser libre creativamente.

Tanto la industria audiovisual como la academia son responsables de la formación actoral real, una que se enfoque más en profundizar en la creación de personajes verosímiles que en inventar alfombras rojas. Además, no se puede olvidar la necesidad de fomentar un escenario en el que quienes decidan trabajar por la industria audiovisual desde la interpretación puedan vivir de esto y realmente aportar a la especialización en el área; lo que difícilmente puede hacer un artista que siempre depende de otro tipo de actividades para pagar sus cuentas. Es preciso entender la actuación como una profesión y no sólo como un hobby.

La industria audiovisual en Medellín va en crecimiento, y es de esperarse que la formación actoral se beneficie de dicho proceso, ojalá que a pasos más acelerados en un futuro cercano. O a lo mejor estoy equivocada y entendí todo mal, a fin de cuentas, qué voy a saber yo, si solo soy una actriz.

 

*Actriz y realizadora. Magíster en Actuación para Cámara de The Royal Central School of Speech & Drama de Londres. Ha hecho parte de los cortometrajes The Bridge y The Taste of Sugar, del cual también es directora y co-guionista. Así mismo, es co-directora del cortometraje documental PABLO.

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